1995. Sudafrica, Johanesburgo
Llegando al aeropuerto sobre la hora para no perder el vuelo de regreso a Argentina
Entramos con el auto alquilado a la terminal y el marcador de la nafta acusaba que estábamos con la reserva… Salir a cargar combustible podía significar la pérdida del vuelo así que seguimos camino hasta la rentadora confiando en la buena voluntad de quien nos atendiera y la sonrisa que pudiéramos poner.
Llegamos. Un hombre alto y de piel muy oscura nos atiende. Revisa el auto para asegurarse de que todo está en orden.
Todo estaba en orden, excepto el combustible. Se suponía que debía llegar completo y no tendría más de 5 o 6 litros.
El tiempo para tomar el vuelo se dispersaba tan rápidamente que parecía no tener medida.
EL hombre sigue observando hasta llegar al tablero del vehículo. Le da contacto girando la llave y la aguja acusadora se niega a ir más allá de la línea roja que marca la diferencia entre tener y no tener…
– Falta combustible.
Digo que si con la cabeza y explico que si parábamos a cargar nafta no llegábamos a nuestro vuelo y que puestos en esa disyuntiva prefería volver a mi casa aunque tuviera que gastar los últimos billetes que nos quedaban.
Saca la llave y la aguja se desvanece hasta quedar tan horizontal como es posible.
Sale del auto y parado, mirándonos, con los papeles de nuestro contrato en una tableta plástica se queda en silencio.
– ¿De donde son?
Argentina contesto
El grandote sonríe y me da una palmada en el hombro.
– Vayan, vayan…no hay problema esta vez.
Nos quedamos mirando sin poder irnos, sin poder creerle. Pregunto porque ,mientras agradezco, intentando que no se arrepienta.
– ¡Maradona! – responde y sonríe – !Maradona!
Diego. 25 años después te sigo debiendo el tanque de nafta de un Nissan Sentra.