Historias para tomar el Mundo
Curacao, un recuerdo
abril 3, 2020
Nuestros recuerdos no son planos.
Con esto quiero decir que más que recordar lo que algo “es”, como si tuviera una línea de texto pegada con cinta, por ejemplo un reloj con un papel que diga “reloj” y nos recuerde que eso es un “reloj”, nosotros recordamos para qué sirve el reloj, qué hacer con ese objeto, cuál es su uso, de donde vino, como se siente en la mano, su textura, su sonido, su olor, su “todo”.
Para mi, entonces, Curacao no es una isla del Caribe frente a las costas de Venezuela.
Para mi Curacao es un mar cobalto, una innumerable cantidad de playas, pequeñas montañas con rutas que serpentean por allí, iguanas al sol, cactus enormes, una ciudad que parece un barrio pequeño de Holanda y cruceros que no dejan de llegar.
Estaba flotando, a 40 o 50 metros de la costa, en una pequeña bahía que es playa también. Cas Abao se llama. Estoy flotando. Suspendido a 20 metros de un fondo que se ve como si pudiera pisarlo ahora. El agua se mueve acompasada como se mueven todas las aguas de los mares que no están molestos. Floto. Al frente veo la playa, atenazada por dos pequeños acantilados de piedra y verde, el escenario de las palmeras que bordean la arena, a otra hora esa misma arena habría sido un espejo granulado de siglos de erosión. Algunas sombrillas, mi familia, los amigos, todos en sus cosas.
Floto en el mar de Curacao. Tengo mi snorkel, tengo mi mascara, puedo ver los peces que se mueven caprichosos ahí abajo. El fondo parece siempre al alcance de la mano aunque este al menos 20 metros más allá. El agua se siente untuosa en la piel, es lo suficientemente viscosa como para sumar su cuerpo al momento y al mismo tiempo no escurrirse de la memoria.
Floto en el infinito color cobalto y sé que no voy a olvidarme nunca de ese momento. Me olvido de muchas cosas, de lo que hice ayer, de algo que me dijeron en la mañana, de un asunto que debería haber agendado, pero hay situaciones, lugares de los cuales sé que es imposible que pueda olvidarme.
Seria, de alguna forma, como si le pusiera la cinta con su nombre a Curacao, pero con la suficiente previsión de envolverla en una burbuja de sensaciones que la mantenga fresca, suave, soleada, color cobalto y feliz, para siempre.