Historias para tomar el Mundo
Mallorca
Cuando era chico recuerdo que unos vecinos nuestros, en Córdoba, Argentina, tenían una casa en Mallorca. El hombre según decían, en el barrio, porque el no hablaba con nadie, era piloto de avión en la ruta a Madrid. La esposa, amable y entretenida, siempre conversaba con las vecinas y sobre todo con mi mamá y mi abuela. Sus hijos casi no existían para nosotros, eran mayores o distintos o huraños, o simplemente, por alguna cuestión de vaya uno a saber que, no formaban parte de nuestra vida. No los recuerdo vivamente, son solo dos presencias en algún lugar de mi memoria.
Para mi con diez o doce años, escuchar a mi mama contarme que «…volvieron ayer de Mallorca, donde tienen una casa…» o decirme que «…Van a pasar el verano a Mallorca, porque tiene ahí una casa…» era un poco imaginar algo que de tan lejano y extraño no puede ser imaginado. En esos años, por curiosidad propia supe que Mallorca era un lugar de España y España, aunque no lo decían los libros, estaba tan lejos que sonaba a otro mundo. Sin embargo en esas épocas, en mi cabeza, en mi dimensión. estábamos hablando de distancias, de realidades, de deseos, de imágenes, no de dinero. En esos tiempos, los setenta, los ochenta, hasta donde yo recuerdo y en el mundo en que vivía, el dinero se tenía o faltaba en mayor o en menor medida, pero esa situación no era una parte esencial de la vida, no era una marca que se llevara encima, ni un sentido en si mismo y mucho menos la razón de existir. Quizás también, lo pienso ahora, cuando uno tiene diez, doce, quince años, le sobran esperanzas, le sobran sueños y eso promete a esa altura que todo será posible.
Mis vecinos tenían una casa en Mallorca y a tres casas de la nuestra, en Córdoba, paradójicamente, pasaban sus días en un departamento de planta alta sin pretensiones. Al lado, abajo de su piso, en la cuadra, en el barrio, estábamos nosotros y muchos otros con los que compartían sus historias, sus problemas, sus preocupaciones y sus sueños del día a día. Estábamos nosotros que no teníamos casas en España ni viajes por el mundo ni habíamos conocido el mar.
Ahora, hoy, que estoy parado acá mirando el mar, que ya conocí hace mucho, viendo como el sol se ensaña con el paisaje y lo modela a su antojo hasta exprimirle colores que no parecen reales, ahora que estoy viendo en la playa de Cala D´Or la historia que voy contando, encajo todas las piezas de una memoria que tenia en suspenso. Mallorca es hermosa y pienso que si pudiera yo también tendría una casa allí, como mis vecinos de hace cien vidas, de los cuales ya no recuerdo mas que vagas fotos grabadas en mi memoria. Yo también tendría una casa en Mallorca,eso sí, lo suficientemente cerca de Palma como para ir a tomar un café a media mañana a El Cort, a tiro de piedra del mar en Cala Anguila para zambullirme a mediodía, equidistante de las montañas y Valldemossa para pasear por la tarde.
No se adonde iba esta historia para ser honesto. Es que la recordé, así de repente, mientras caminaba tirando de mi valija en la playa de estacionamiento del aeropuerto. Vinimos a Mallorca buscando conocer, como siempre, pero nunca recordé hasta ese momento extraño y preciso de mi mano derecha tirando de la valija con ruedas por la senda peatonal del aeropuerto, ni a mis vecinos, ni al departamento donde vivían, ni lo que me contaban mi mamá y mi abuela, ni lo que yo pensaba, ni lo que imaginaba en esos años, ni nada de esto que ahora estoy contando. Probablemente a nadie le importe y esta bien que así sea, después de todo, la memoria es magia pura. Es la galera negra sobre la mesita del prestidigitador, ahí esta la varita que revuelve recuerdos, imágenes, olores, sabores, sueños y (también) mentiras que se mezclan y esta isla es el truco perfecto.